Apretando los dientes
Dejar ir algo que amas es de valientes. Aunque yo no me siento valiente, ni orgullosa, ni tranquila. Realmente la angustia me mata y el dolor me sofoca... Pero yo lo dejo a solas y cierro esa puerta y pretendo que no pasa nada. Me gusta engañarme y curarme en salud diciendo que todo estará bien. Me doy esas charlitas de ánimo y estímulo porque a fin de cuentas no escucho a nadie. Dicen que el primer paso es aceptarlo.
Realmente puedo hacer un paquin de la cantidad de cosas con las que me castigo y me picheo. Mi gran indiferencia por los números y todos esos defectos que enumeró y me se muy bien. Se que también tengo virtudes, las tengo muy presentes, sin embargo hay ocasiones dónde me es difícil ver más allá y alejarme del pensamiento cuadrado de que solo hay una forma de hacer las cosas. Si. Me insulto y me regaño también... Puesto que la ansiedad siempre gana por pela las discusiones. Vayamos al poema.
Mientras estoy de espalda mirando la ciudad, con mi cabello sujetado en una tira, pequeñas gotas de sudor se me alojan en la nariz y la frente. No me doy cuenta que llevo todo este tiempo apretando los dientes. Con el corazón a millón esa euforia negativa me estruja y me estremece el ventrilocuo. El frío cruje los fmuebles y mi ceño fruncido ya me causa dolor. Intento relajar el entrecejo pero solo alcanzó a conseguir una pequeña sonrisa torcida. Debo respirar... De pronto me voy en blanco porque me pasa el día y no he podido dormir. Escucho vagamente el ventilador. Me siento y como agua fria, como limón en la herida recuerdo esa sensación. Tengo calor y ese aire que me falfa, que me roba el habla me rompe. Porque solo tengo en la mente una y otra vez que es de valientes soltar. Que soltamos con las manos pero nunca con el pericardio.
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